Sunday, May 28, 2006

prólogo de la novela sin nombre (todavia

este es el prólogo, espero que os guste ;)




Era una noche fría y oscura. No era una noche normal. En esa noche se presagiaba que algo iba a ocurrir. Dos mercaderes paseaban con sus carromatos por un camino mal trazado en la tierra de aquel bosque. El bosque era un producto de aquella noche: tenebroso y oscuro. El bosque estaba formado por hileras de pinos bien ordenados, con lo que parecía que alguien los hubiera plantado de esta manera. El camino formaba un largo pasillo hacia la oscuridad, aunque ambos mercaderes sabían bien adonde se dirigían. De vez en cuando, se escuchaba el ulular de algún búho oteando los dominios de aquellos árboles. Esto era lo únicos que se podía oír, aparte del traqueteo del carromato que transportaban o el ocasional aullido de un lobo en las profundidades del bosque. Aunque fría, la noche se presentaba despejada y se podía apreciar con total claridad una luna totalmente redonda en el cielo, lo que no hacia sino acrecentar la atmósfera de pánico y el miedo en el corazón de los jóvenes y asustadizos mercaderes.
- ¿estás seguro de que es por aquí? No se ve ni un alma por este lugar- dijo el primer mercader.

Era bajito y de complexión más bien débil, aunque sobre su cabeza lucia un cabello rubio y largo, y sus ojos azules reflejaban una mirada perdida e inocente

-he seguido el mapa en todo momento y no me he desviado del camino que nos marcó aquel hombre ni un instante, así que no te preocupes. Ya debe faltar poco para traspasar la frontera y salir de este lugar- contestó el segundo mercader, con talante más calmado.

Este mercader, sin embargo, era un poco diferente: sus rasgos eran los de alguien experimentado, aunque no superaba la veintena. Era un poco mas alto y en el se denotaba una mayor seguridad que la de su compañero, aunque sus ojos también reflejaba el miedo que cualquiera en su situación sufriría.

Siguieron caminando durante un buen rato, a través de aquel camino mal marcado, con el carromato detrás, tirado por un par de asnos que no se sentían sino igual o peor que sus amos.

-maldita sea la hora en que aceptamos este trabajo- soltó el segundo mercader
-es cierto que es peligroso y poco seguro, pero si salimos de esta, nos espera una suculenta suma de dinero a la vuelta, con la que nos podremos tomar unas merecidas vacaciones. Piensa en ello, amigo y alíviate un poco – le contestó el primer mercader, intentando calmar el fuerte temperamento de su compañero.

En ese momento, el mercader más alto, que iba en los estribos, detuvo el carromato y dijo:
- voy a parar un momento a revisar la mercancía y a echar un trago, que con todo esto tengo la garganta seca.
- vale, ve. ¡Y no te lo acabes todo!- le contestó el otro mercader.

Entonces este se quedó al frente y el otro mercader subió a la parte trasera del carromato. En ese momento, tres siluetas se vislumbraron al frente, en la oscuridad. Al notar la presencia del carro, encendieron una antorcha y se pudo ver su figura. Eran tres hombres bien uniformados y pulidos, de aspecto amenazador y ataviados con espadas enfundadas en los costados. En el pecho llevaban como emblema leones sobre fondo rojo, por lo que los mercaderes dedujeron que eran soldados de la patrulla de vigilancia del imperio amkenyano, patrullando por los alrededores, que constituyan la frontera con el reino de Thornda.

- ¿ quien sois que andáis por aquí a estas horas de la noche y adonde os dirigís?- preguntó el hombre que portaba la antorcha.
Al oir las voz de este hombre, el hombre alto salió del carro y se dirigió hacia los hombres
- yo me llamo Naov y este –señalando hacia su amigo -es Malfant. Somos simples mercaderes que trasladan telas y herramientas de trabajo a la ciudad de Loradia- contestó Naov.
- Ya… ¿y por qué no vais por el camino principal, como todo el mundo, y no yendo por estos angostos pasajes?
Malfant empezó a temblar y se puso nervioso, algo de lo que no se dieron cuenta los soldados, quienes estaban demasiado concentrados preguntando a Naov.
- porque por el camino principal ha habido un desprendimiento de rocas y este es el único camino que se vislumbra en el mapa- dijo el mercader, sacando de su pequeña bolsa el mapa que le habian marcado.
- Entiendo…déjame verlo – el soldado cogió el mapa. Tu – dijo señalando hacia un compañero que estaba un poco rezagado-, entra en el carro y regístralo a ver que tiene dentro.
Malfant se empezó a ponerse más y mas nervioso. Un sudor frío le recorría la frente y sus temblores iban en aumento. Ya no podía disimularlo, así que el tercer soldado fue hacia el con paso amenazante.
- ¿que te pasa? ¿Te asusta ver soldados? ¿O es que tienes miedo de algo?
Malfant no contestó, así que el soldado le empujó violentamente y lo tiró al suelo. Después escupió a su lado de la forma más despreciativa posible.
- la gente como vosotros no merece ser tratada mas que como basura
- calla, rovert – cortó el soldado que estaba con naov, mientras que este permanecía impasible. De pronto giró la cabeza de nuevo hacia este y, manteniéndole la mirada, le preguntó:
- ¿si no os dirigíais hacia aquí, por qué tenéis marcado este camino en el mapa?
Naov desvió la mirada hacia el suelo y el soldado, que parecía el jefe, soltó una risita que sonaba a sorna.
-jefe, no te vas a creer lo que hay aquí- gritó el soldado que estaba registrando el carro.
El jefe caminó hacia allí y corrió la cortina trasera que tapaba lo que había. Cuando lo abrió, soltó una risa mas bien ridícula y muy sonora. Lo que había allí eran un gran cargamento de armas y cajas llenas de víveres.
- ¿con que solo telas y herramientas de trabajo, eh? Jajajaja. Esto más bien parece contrabando. Ya sabía que no me podía fiar de gente como vosotros. ¡Rovert, Lesnie, matadles! Mas tarde nos llevaremos esto. Quien sabe, lo mismo le podemos dar salida en el mercado negro… ¡¡¡jajajajaja!!!
En ese momento, se oyó un silbido atronador y punzante, que hizo taparse los oídos y retorcerse de dolor a todos los que estaban allí, incluidos los burros que, con las riendas desatadas, salieron corriendo a través de los árboles. Este ruido duró unos cuantos segundos, hasta que al fin se paró. Pasaba el tiempo y todo seguía igual, así que los soldados se disponían a cumplir su mandato cuando aparecieron dos sombrías figuras por donde habían venido los soldados. Tenían una capucha que les cubría la cabeza y parecían casi gemelos, aunque iban vestidos con túnicas negras y solo se vislumbraba en ellos unos ojos brillantes y de iris rojo, no muy comunes por esos parajes. Su figura no era la de un humano. Era encorvada y no parecía natural, con una especie de joroba en la espalda. Con estas ropas parecían insectos gigantes, aunque muchos mas tenebrosos
Los mercaderes, sin importar quienes fueran los recien llegados, corrieron hacia ellos, se tiraron a los pies del primero y se quedaron muertos de miedo y a la vez esperanzados.
- ¡gracias a Dios que habéis llegado!¡ayudadnos, por favor!¡ estos soldados quieren matarnos y no hemos hecho nada!- suplicaron los mercaderes a viva voz.
De repente, el encapuchado sacó una daga pequeña de filo rojo de debajo de su túnica y, alzándola por encima del hombro, rebanó las cabezas de los dos mercaderes de cuajo y de un solo mandoble, las cuales rodaron hasta los pies de Lesnie, el soldado mas cercano a los encapuchados quien, tras presenciar la macabra escena, salió corriendo por el lado contrario.
- ¡lesnie, vuelve!- gritó el jefe, intentando pararle con una orden. Al ver que su compañero no se paraba, se giró hacia los encapuchados, desenfundó la espada y arremetió contra el primer encapuchado. Este, con un ágil y sencillo giro de espada, paró el golpe y, acto seguido, desvió el arma del rival a un lado y le clavó la propia en el costado. La sacó y, cuando el soldado cayó al suelo, se la volvió a clavar en el corazón. Después levantó la cabeza y, dirigiendo su mano hacia el otro soldado (quien tenía una expresión de terror nunca vista en los ojos de un hombre), le soltó un rayo que lo derribó unos metros mas allá, totalmente inmóvil. Entonces giró la vista hacia el soldado que estaba huyendo que, aunque lejos, aun estaba a la vista de los encapuchados. El primero levantó de nuevo la mano hacia el pero entonces, el segundo le tocó el hombro.
- Déjamelo a mi – dijo entonces. Su voz sonaba tétrica y profunda, con un tono parecido al silbido que se había oído antes. El segundo encapuchado sacó un arco que tenia escondido debajo de su túnica (al igual que su compañero con la daga) y, apuntando hacia el fugitivo pero sin flecha alguna en el arco, tiró hacia atrás de la cuerda y disparó. Se oyó un rasguido del viento al producirse este movimiento y, a lo lejos, donde estaba el soldado, se vio una pequeña explosión, precedida de una luz fulgurante que iluminó brevemente aquel lugar.

Ambos guardaron sus armas y se dirigieron hacia el soldado decapitado.

- que débiles son estos humanos, ¿verdad?- dijo la figura que había disparado el arco sin flecha.- si son todos así, la invasión no costará trabajo alguno. Así podremos al fin adueñarnos de este mundo.
- Tranquilo, jevss’ha, tranquilo. Todo a su debido tiempo. Primero hemos de asegurar un paso seguro para que más de los nuestros vengan. Por mucha ventaja que tengamos individualmente, solos no somos nada contra ellos- replicó el segundo encapuchado, con una voz un poco mas grave que la de su compañero, aunque del mismo tono.
- Tienes razón, vesj – contestó el otro. –y cuando vengan, seremos millones y conquistaremos este inmundo mundo

Las dos figuras soltaron unas risas sarcásticas y, emitiendo el mismo silbido que antes, se alejaron por el lugar donde habían venido los mercaderes, dejando a su paso un rastro de muerte y cavilando maquiavélicos detalles de esa futura invasión.





Este es el final del prólogo que sirve de introducción a la historia, aunque no tienen nada que ver con la historia que narraré mas adelante, cuando haga los demás episodios. Solo es una especie de spin-off para situarse un poco en el contexto de la historia.
Vesj= jefe Jevss’ha=amigo